Nunca fuimos rivales, jugábamos juntos con las mismas cartas, contra todos los demás, subiendo juntos la apuesta, apretándonos juntos la mano cuando la victoria se acercaba, alegrándote cada vez que te decía lo bien que íbamos, hasta te dije te quiero,

antes de que se acabara la partida. La última carta no fue la que esperábamos, y mientras ponía cara de póquer te fuiste de mi lado,

te pusiste en frente, y sacaste tus propias cartas de detrás de tus gafas. Las mismas que no te quitaste en todo el día que empezamos a jugar, las mismas que no te cansaste de repetir que no escondían nada, que no eran una careta.

Tú sabías tus cartas y las nuestras, y te marchaste antes de enseñar tu mano, sin saber perder, dejándome solo ante un juego del que también te llevaste las reglas.

Y sigo sin saber jugar.